viernes, 19 de marzo de 2010

El séptimo continente (Haneke)


Cine club. Llegué a las 19:45 y era la primera. Me preguntaron cómo me había enterado, si había visto alguna otra película de Haneke, las preguntas de rigor. Tuvieron que agregar sillas a los costados por la masiva concurrencia.

En realidad, no puedo decir que la película me gustó. Experimenté una profunda fascinación pero también un enorme desconsuelo. Es formidable la estrategia narrativa que despliega para contar el proceso de degradación de la familia S. Las imágenes de la iconografía de lo que constituyó (¿constituye?) un modelo post industrial en decadencia: el lavadero de autos, la televisión, las cajas registradoras, el interior de los supermercados, las computadoras del trabajo de Georg, se contraponen a esas otras imágenes de los que pueden acusar recibo del impacto a través del dolor: como el hermano de Anna ante la muerte de los padres, Anna misma ante la contemplación de los cadáveres en la ruta y la pequeña Eva cuando ve la muerte de sus peces.

Va sembrando elementos significantes: Eva que finge una ceguera en el colegio, la forma sistemática en que comen y hasta rezan, las cartas a los padres de Georg, el agua envolviendo la cápsula en la que se transforma el auto (porque lo están lavando o por la lluvia), el poster de Australia, la radio siempre encendida. La tan trillada frase del congelamiento emocional y el congelamiento del lenguaje en Haneke.

Y el tercer tramo es demoledor. Esa suerte de banquete final (¿última cena cristiana?), la destrucción de la casa (proceso que un día después de haber visto la peli todavía es inefable para mí), los peces tomando las últimas burbujas de agua, el dinero viajando por el inodoro, el teléfono descolgado, la persistencia de la televisión. Me hizo mucha gracia verlos tirados en la cama, previo al suicidio, viendo por la tele lo que yo considero la canción más horrenda de la década del 80 que es The power of love cantada por la mega kitsch Jennifer Rush que estaba muy de moda. Y el concepto de moda siempre me remite a Lipovetsky que coloca a la moda como eje de un proceso social que demanda la producción y consumo de objetos, medios, cultura, publicidad.

También me recuerda otro ensayo de Lipovetsky la pregunta que se hace uno de los personajes: ¿qué pasaría si en lugar de cerebro tuviéramos un monitor y todos pudiéramos ver lo que pensamos? El homo pantalicus. Pero Lipovetsky se refiere a él en este siglo (por la proliferación de las notebooks, palms, etc) mientras que Haneke ya lo concibe en el 89.

El listo para consumir que denunció Habermas en los empaques de las compras y la cena de cereal y leche. O Vattimo cuando dice que hoy en la sociedad de consumo, la renovación continua de la vestimenta, de los edificios, etc, está fisiológicamente exigida para asegurar la supervivencia del sistema. Ese "fisiológicamente", tan determinate, es de lo que logra escapar la familia S.

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