miércoles, 5 de mayo de 2010

La Cinta Blanca (Haneke)

Un niño antisocial puede mejorar aparentemente bajo un manejo firme, pero si se le otorga libertad no tarda en sentir la amenaza de la locura. De modo que vuelve a atacar a la sociedad (sin saber qué está haciendo) a fin de reestablecer el control exterior. (Winnicott)

El estallido no asombra. Y no es que el asombro sea lo esperable sino que dentro de la cosmogonía de Haneke, la irrupción de la violencia es el elemento habitual con el que fractura el equilibrio de sus estructuras narrativas. Un bellísimo niño de cabellos claros ha sido objeto del daño. Elijo la palabra daño porque una de sus acepciones posibles se vincula con los maleficios más básicos. Y éste es un maleficio básico. Que después haya adquirido un grado siniestro de sofisticación no significa que en su irrupción original no haya sido hasta burdo y primitivo.

Haneke hace un trabajo comparable al de Freud en El malestar en la Cultura, sólo que en lugar de desvestirnos a Roma e invitarnos a contemplarla desde otra perspectiva lo hace con la Alemania de 1913. Rastrea las influencias destructivas de su pasado patológico.

Elige una de las tantas sociedades opresivas desperdigadas por toda Alemania a comienzos de siglo. No lo cuenta, pero nosotros sabemos que esa vivencia se está reproduciendo en simultáneo en otros tantos lugares del país. Habrá otros maestros testigos, habrá otras víctimas de la rigidez religiosa, habrá otras pequeñas bestias producto del conservadurismo, de la rigidez de las formas, de una tensión que se adivina hasta en la velocidad compulsiva y lineal del sexo y en el recibimiento del hijo nuevo.

El maestro es el veedor y el visir, hace el trabajo de investigador y es quien también intuye la naturaleza del mal. Un hombre sencillo, capaz de comunicar afecto, de expresarse a través del cortejo, de interesarse en el otro y comprometerse con ese interés.

El maltrato a los niños espanta a los mayores pero ese espanto no alcanza. Detrás del espanto yace la apatía de quien no quiere saber. La tan provocativa frialdad del discurso en Haneke y hasta su discutida ausencia de palabras caen de una vez y se manifiestan en el discurso del maestro. Pero, al remanido modo foucaultiano, es un discurso que se produce en un contexto que no sólo no está en condiciones de recibirlo sino que lo rechaza de manera abrupta y plana.

Y el visir queda sentado, ante las mil una noches de horror que sospecha. No habrá historias que nos libren del horror. Haneke nos priva de una Scherezade porque en su filmografía no hay esperanza. Las palabras dichas no tienen ni siquiera la categoría de enunciado. Caen sobre la mesa como un sintagma llano. Una sucesión de palabras que no adquiere ni siquiera la diminuta categoría de fórmula.

Pienso en la palabra maldición y en su connotación desiderativa. Cuánto más fácil era para quienes nos sentábamos en nuestras butacas comprender la gestación del nazismo desde la criatura del Gabinete del Doctor Caligari moviéndose torpemente sobre los fondos dibujados por el expresionismo alemán. Tal vez porque no se sugería el deseo del mal sino apenas su inminencia.

Haneke nos propone pequeños desvíos, el reverendo acepta que su hijo conserve un pájaro, el médico parece actuar en pos del bien.

Releo a Freud: La génesis de la actitud religiosa puede ser trazada con claridad hasta llegar al sentimiento del desamparo infantil. Es posible que aquella noche oculte aún otros elementos; pero por ahora se pierden en el relato. Ni siquiera puedo delimitar con exactitud quiénes son los niños de esta historia.

Los personajes de Haneke están privados de su libertad, previa a la cultura, dirá Freud y de esa privación surge la coacción. Primero se manifestará entre ellos. La cinta blanca precederá a la esvástica. Entonces el deseo será más grosero, más orgiástico, más desmedido.

La música, la influencia de lo pictórico en los fotogramas, el impecable trabajo de los niños la vuelven una película necesaria aun para quienes no estén dispuestos a comprender.

Como El Séptimo Continente, La Cinta Blanca iba a ser un trabajo para televisión. El azar fue generoso con los cinéfilos.

Al respecto de la película Haneke dirá: En cualquier sitio con represión, humillación, sufrimiento y agonía está abonado el terreno para que pueda desarrollarse el radicalismo. Hubo quien, al verla, pensó que se trataba de un filme en contra del protestantismo, lo que no podría ser más erróneo. Hay que verla con una mirada más amplia, porque lo que dice es que una idea puede ser buena o mala, institucionaliza, se vuelve peligrosa porque se convierte en ideología.

Alguien lo comparó con Dreyer pero no hay lentitud en Haneke, continuamente están sucediendo esas cosas que Dreyer parece postergar. Otros con Carpenter y su idea del mal, pero la brusquedad de Haneke, no tiene su anclaje en las imágenes. El trabajo hasta lascivo de Carpenter en la exposición de la violencia no es propio de Haneke que prefiere hacer gala de un trabajo más ritual.

Me libero de cualquier pensamiento crítico. Me desprendo de las citas. Me quedo sentada, junto al maestro, como si existiera alguna posibilidad.

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